No hay galletas para los duendes by Cornelia Funke

No hay galletas para los duendes by Cornelia Funke

autor:Cornelia Funke
La lengua: spa
Format: mobi, epub
Tags: Juvenil, Fantasía
editor: Siruela
publicado: 2008-07-07T11:30:41+00:00


4

En el que nuestros tres amigos duendes emprenden un peligroso viaje con la tripa vacía

Veinticuatro horas después, Bisbita, Sietepuntos y Cabeza de Fuego partieron al rayar el alba. Libélula Azul se quedó en la madriguera de Sietepuntos con unos trozos de pan como alimento. Estaba todavía demasiado agotado para serles de gran utilidad en su empresa. Fue muy difícil convencerlo, pero al final lo reconoció.

Milvecesbella, al despedirse, había dado a Bisbita unas avellanas como ración de emergencia.

- No conviene lanzarse a una aventura tan peligrosa con el estómago vacío -le advirtió.

Además los tres amigos llevaban el camión de Cabeza de Fuego, unos sacos vacíos, una cuerda y unas cortezas de pan seco, un equipo bastante lamentable, pero ¿qué podían hacer? Sencillamente, era todo cuanto tenían.

Era una mañana oscura, neblinosa, y los tres caminaban pesadamente por la nieve de un humor muy sombrío. La noche anterior había parado de nevar, y por la noche la helada había convertido los blandos copos en una costra de nieve dura. Cuando llegaron al puente bajo el que Cabeza de Fuego tenía su cueva, se detuvieron. El arroyuelo estaba casi helado, a sus oídos llegó el chapoteo y gorgoteo del agua por debajo del hielo.

- Ay ¿no sería maravilloso que ahí abajo en mi casa nos esperase un espléndido desayuno? -preguntó Cabeza de Fuego con un suspiro.

- ¡Bah, déjalo ya! -replicó Sietepuntos, mirando al sur, atemorizado.

Allí el bosque se alzaba oscuro y desnudo entre gélidos jirones de niebla.

- ¡Vamos! -exclamó Bisbita-. Es hora de proseguir nuestro camino.

Continuaron su marcha silenciosa por la nieve con trozos de corteza de árbol atados a los pies. Bisbita iba en cabeza. La seguía Sietepuntos y cerraba la marcha Cabeza de Fuego con el camión verde chillón. Andaban siempre muy cerca del talud de la orilla, para no perder de vista al arroyo en medio de la espesa niebla. Este serpenteaba hacia el sur, oculto bajo el hielo y la nieve, entre las piedras heladas y la hierba nevada… cada vez más lejos hacia el sur.

Muy pronto los duendes se encontraron en una parte del bosque que jamás habían hollado. Todo era desconocido: los sonidos, los olores, los árboles y los arbustos. La maleza se volvía cada vez más espesa y los árboles caídos les cortaban el paso. Muchas veces simplemente no podían pasar, y tenían que dar rodeos que les hacían perder mucho tiempo. Entre los árboles, el suelo estaba sembrado de ramas caídas que la nieve había convertido en obstáculos insuperables.

Llevaban ya tres horas de marcha cuando pasaron junto a una zorrera que parecía deshabitada. Bisbita olfateó con mucho cuidado los alrededores y finalmente introdujo su nariz en la oscura entrada.

- Lleva meses abandonada -afirmó-. ¿Qué os parece si nos tomamos un pequeño descanso?

- Excelente idea -dijo Sietepuntos, frotándose las piernas fatigadas.

Cabeza de Fuego cogió del camión las cortezas de pan envueltas, y se sentaron con ellas en la espaciosa cueva, situándose de modo que pudieran divisar el bosque desde la entrada.

- Bueno, ¿qué os parece este paraje? -preguntó Cabeza de Fuego partiendo una corteza de pan en tres trozos iguales.



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